TAREA 7: Magister docere et delectare debet

¿Qué es la educación y qué funciones debe tener un profesor? A esta difícil pregunta trata de responder el filósofo José Antonio Marina en el Libro blanco de la profesión docente. En esta obra, el pensador toledano propone una reforma del sistema educativo español. Concretamente, él viene a decir que hay que darle un lavado de cara a la enseñanza, para lo cual desarrolla una serie de medidas encaminadas a mostrar una imagen de los docentes como de unos verdaderos profesionales de su oficio, que, consecuentemente, han de tener una formación más prolongada en el tiempo.

Ciertamente, ya es hora de que los profesores empiecen a ser mejor valorados socialmente hablando, sobre todo comparándolos con otras profesiones, que están mucho más prestigiadas, como son la de abogados o  la de médicos. Tal como yo lo veo, un profesor es alguien que transmite conocimientos y que trata de lograr que sus alumnos se entusiasmen por saber más. Estos dos conceptos son esenciales, no puede existir el uno sin el otro, pues si el docente se limita a dar información de manera fría y monótona, al estudiante le compensa más recurrir a una buena enciclopedia, que, por si fuera poco, no le agobiará con trabajos y exámenes.

Llevándolo a mi terreno, el latín y el griego durante mucho tiempo se han impartido de manera poco atractiva para los jóvenes, al centrar la clase en la traducción pura y dura de textos, sin pararse a reflexionar un momento sobre lo que querían decir de verdad esos autores milenarios con cada palabra que escogían detenidamente. Una prueba de la ineficacia de este modelo de enseñanza es el escaso número de estudiantes que se matriculan en estas asignaturas. Los jóvenes son curiosos por naturaleza, quieren conocer a fondo el mundo en el que viven y sienten que unas asignaturas enseñadas de ese modo acaban con su libertad de explorar lo desconocido.

Si las medidas promulgadas por Marina se hicieran realidad, muchos profesores de estas materias no tendrían un hueco para acomodarse en las viejas maneras de enseñar, sino que se verían obligados a tomar contacto con nuevos métodos de enseñanza que enriquecerían notablemente sus clases. De esta manera, con ese mayor bagaje, los profesores se sentirían lo suficientemente confiados como para dedicar más momentos del día a dejar que fluyera el intercambio de ideas con los alumnos sobre la verdad oculta detrás de cada texto. Y, además, lograrían con ello motivar a sus estudiantes al hacer que adoptaran un papel activo, puesto que los adolescentes, con sus idas y venidas, son mentes que piensan y a las que les gusta que se les trate como seres dotados de inteligencia.


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